Capítulo 3
El frio mezclado con la
tenue luz que entra por la ventana me despierta. Apenas son las siete de la
mañana por lo que cojo el Ipod que descansa al lado del libro de Cassandra
Clare y engancho los auriculares en mis orejas. Subo la música y me dejo llevar
-Jane, ¿estás despierta?
–Abro los ojos y encuentro a Anastasia con el pelo recogido en un moño.
-Sí, estaba escuchando
música –Me destapo y me levanto de la cama bajando el volumen de la música.
-Genial. Tu tía me ha
ordenado que te llamase. Creo que quiere que vayas a conocer el pueblo hoy.
Ana se va de la
habitación. Con cuidado saco de la maleta algo de ropa para cambiarme y entro
en el baño que hay al fondo de la habitación. Cuando entro me desnudo y me miro frente al espejo. Tengo
un grano nuevo en la frente y las cejas tienen demasiado vello. Bajo la mirada
y toco delicadamente la letra que se cicatriza en mi tripa. Toco con asco cada
milímetro de grasa en mi cuerpo. Minutos después entro en la ducha, me lavo y
mi piel sale envuelta por un olor dulzón. Salgo del baño evitando el reflejo
que me da el espejo, me visto y bajo por las grandes escaleras que dan al
vestíbulo para reunirme con Maffi.
-Jane querida –El comedor
donde está mi tía es inmenso. Todos los muebles de la habitación son de madera
maciza, incluida la gran mesa donde Maffi desayuna. Según me acerco puedo oler
mejor toda la comida que hay en la mesa. Trato de distraerme mirando al retrato
de mi tía con su marido que se ubica encima del saliente que deja la chimenea.
–Anoche me hubiese gustado cenar contigo –Separo la silla de la mesa y me
siento enfrente de Maffi. Uno de los criados me sirve una taza de chocolate
caliente que hace que mis tripas enfurezcan y empiecen a sonar. Trato de evitar
la voz en mi cabeza que me dice que coma. Me niego a probarlo. -¿No tienes
hambre pequeña? –Me pasa un cuenco con fruta el cual rechazo.
-Si pero con el chocolate
es suficiente tía –Estiro los bordes de mis labios lo mejor que puedo para
crear una falsa sonrisa –Muchas gracias –Hundo la cucharilla en la taza.
-Bueno cielo ayer me
llamaron del trabajo y quieren que vaya a supervisar la nueva colección en
persona a Nueva York.
-Eso es genial
-No, en realidad no lo
es. Quieren que me vaya mañana durante toda una semana y no quiero dejarte sola
–Sé que está esperando que la diga que se vaya y que no se preocupe por mí y es
lo que hago, tampoco es que vaya a echarla de menos.
-Estaré bien tía –Sonrío
y sigo dando vueltas a mi chocolate –Además, tienes criados para supervisarme.
-¿De verdad que no te
importa? –Hago un signo de aprobación –Bien entonces. Voy a llamar a Lucio para
que me reserve un vuelo. –Sale de la habitación corriendo y con una pequeña
chispa de alegría en su mirada. Me quedo sola con toda la comida que parece
gritarme que la coma pero salgo corriendo del comedor antes de caer.
Por la tarde Maffi está
demasiado ocupada preparando su viaje como para hacerme algo de caso así que
cojo una bicicleta que encuentro en el garaje y voy a visitar el pueblo. Según
voy pedaleando me doy cuenta de la mala idea que he tenido. Las piernas me flaquean
y el bosque que está a ambos lados de la carretera me empieza a dar vueltas.
Paro un par de minutos para descansar y sigo con menos fuerzas que antes de
parar pero me obligo a llegar el pueblo.
Cuando llego al pueblo siento como si me hubiesen transportado a otra
época. La casa de mi tía parece de otro siglo también pero no creía que los
alrededores fuesen así también. Todo casas pequeñas de ladrillo cubiertas de
hiedra. Camino por las pintorescas calles en busca de algo algún sitio donde
comer algo. Tengo miedo de desfallecerme sino. Según camino por el pueblo
encuentro un bar, Ravens. Entro en el
bar y me vuelvo a ubicar en el siglo veintiuno otra vez, con el ruido de una música
de fondo y la televisión retransmitiendo un partido de baloncesto.
-Hola guapa –Un chico que por su atuendo diría que es camarero
se sienta a mi lado. Le quito el brazo que ha puesto alrededor de mis hombros
con asco.
-¿Me vas a atender?
-Clive déjala en paz y ve
a preparar las hamburguesas –Otro chico aparece libreta en mano y aparta de un
empujón al que se ha sentado a mi lado. –Perdónale. No suele haber chicas
nuevas por aquí y a las que viven alrededor las tiene demasiado vistas –Me rio.
Clive, eres un cabrón.
-Soy Al –Extiende la mano
y hago lo mismo. Por un momento se me olvida todo, mi vida, el hambre, que voy
a vivir en un pueblo apartado de todo y solitario todo un verano, para quedarme
impregnada en sus ojos azules oscuros, como el mar en un día de tormenta. Pero
vuelvo a la realidad cuando un león ruge dentro de mi cuerpo. Esa es mi constante dosis de realidad. El
hambre, los dolores de tripa, el huir constantemente de la comida es una rutina
que por muchos ojos bonitos que mire no se va.
-Wow, ¿hace cuánto que no
comes? -Joder, joder, joder.
-No he sido yo -¿No he sido yo? ¿Eres tonta Jane?
Instantáneamente empieza a reírse con una risita contagiosa que hace que me una
a él.
-Entonces iré a pedirle
al león de la trastienda que deje de rugir –Me mira pero evito su mirada
–Bueno, ¿qué quieres tomar? –Repaso la lista. Todo demasiado grasiento. Me doy
cuenta de lo que estoy haciendo. Jane, tú no comes. No te va a pasar nada no
llevas ni una semana de ayuno. No pierdas el control. Me digo a mi misma
tratando de convencerme.
-Un vaso de agua –Respondo
con mis ojos en el menú.
-¿Un vaso de agua? ¿Me
estás vacilando? –Me vuelven a rugir las tripas. Noto los ojos de Al clavados
en los míos. Miro mis muñecas disimuladamente y me acaricio la izquierda, donde
las batallas ocurren. Donde están todas las marcas de guerra. Estoy a miles de
kilómetros de casa, no tengo que controlar nada, no aquí, no ahora. Vuelvo a
mirar el menú.
-Y una ensalada cesar,
por favor –Me sonríe y entra en la cocina. Sé que lo que estoy haciendo no está
bien. Mi cuerpo me anima a que coma pero mi
cerebro me refrena. No está bien, no para alcanzar mi propósito. Estoy
perdiendo el control. Da igual que solo sea por poco tiempo pero no pueda dejar
que la cuerda se afloje. El segundo en el que bajas la guardia es el segundo en
el que te clavan la estaca para que caigas. Y yo no caigo. Soy más fuerte que
todo eso.
-Señorita, su vaso de
agua –Al sale de la cocina con una bandeja –Su ensalada –Me guiña un ojo
mientras que coloca el plato y los cubiertos –Y tarta de la casa. Invito yo si
me dejas sentarme a comer contigo –Tiene algo en sus ojos que hace que me
derrita por dentro como si fuese un helado en medio de un caluroso día de
verano en la playa y esta vez, sin rugidos de por medio, me pierdo un poco en
su mirada.
-Puedes sentarte –Le
sonrío.
-Gracias –Coloca su plato
en el que hay una hamburguesa con patatas fritas enfrente de mí y empieza a
comer.
-Bien señorita, ¿de dónde
eres? No estamos acostumbrados a tener forasteros por aquí –Me río.
-Vengo de España. Soy de
Madrid y he venido a pasar el verano con mi tía –Me mira como si fuese una
exposición nueva y exótica en un aburrido museo. Sé que quiere que le cuente
más cosas, lo noto en esa mirada que me vuelve loca pero no quiero, ¡solo se su
nombre! Es un desconocido, con los ojos bonitos sí, pero un desconocido.
-¿Quién es tu tía?
-Vale, oficialmente estoy
en un interrogatorio sin saberlo –Reímos –En serio, me toca preguntar. ¿Quién
es Clive?
-Clive es mi hermano y
normalmente se comporta así con las chicas, no se lo tengas en cuenta. Cuando
le conoces en el fondo, muy, muy en el fondo es buen tío –Me mira esperando que
le diga no pasa nada, perdono a tu primo
y blablablá pero no creo que haya necesidad de perdonar nada.
-Bien, ¿y dónde se ha
metido? No ha vuelto a aparecer desde que le echaste de mi mesa.
-Me apuesto cincuenta
libras a que está en la camioneta –Señala a la puerta trasera del bar –Una de
dos. O con alguna de las moja bragas que suele tirarse o con Spencer.
-¿Spencer es? –Pregunto
curiosa
-Creí que no era un
interrogatorio –Mira mi plato –Además, no has comido casi nada.
-No tengo demasiada
hambre –Miro mi plato en el que solo he pinchado tres hojas de lechuga. Antes
solía mentir mejor. ¿No tengo demasiada
hambre? ¿Qué clase de excusa es esa
Jane? Hace diez minutos tenías a la filarmónica de Viena sonando en tus tripas
y ahora, ¿no tienes demasiada hambre? Me reprocho. Pero antes no solía
tener a nadie preocupándose por mi comida y menos alguien con los ojos tan
bonitos.
-¿No te vas a comer la
tarta?
-No –Respondo demasiado
cortante –No me gusta la tarta –Pongo mi mejor cara falsa de disculpa e
interiormente me sonrío satisfecha, ha funcionado. Me pregunta si se la puede
comer él y en apenas minutos el plato está vacío.
Ahhhh! Me encanta! Todavía no has develado por que no come, le va pasar algo malo, lo sé :3 Sube pronto por favor <3
ResponderEliminarPoco a poco lo iréis descubriendo. Este finde suboo ♥
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